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Erendis

( 985 S.E.) Matrimonios desafortunados han existido en todas las Edades de Arda, ni siquiera en Valinor eran algo desconocido. Y como la imaginación de los antiguos cantantes no le pone alas a este tema, sabemos poco de ello. La historia de «la Esposa del Marinero» es, de aquellos tiempos, la única en su género. A Elendil le debemos que haya llegado hasta nosotros, porque encontró la historia curiosa y la guardó con las escrituras que trajo de Númenor.

Erendis fue la esposa de Aldarion, el gran navegante. No descendía del linaje de Elros, sino de la Casa de Bëor, por lo que no podía esperar para sí una vida tan larga como Aldarion. Tanto más la amargaban sus largas ausencias. Se negó a acompañarlo en sus viajes porque odiaba el mar (y a la Señora de los Mares Uinen). Cuando al fin se tomó el tiempo para casarse con ella después de un largo noviazgo, se sintió molesto por tener que permanecer continuamente en casa. «Sólo se ama a sí misma, y yo soy como un perro doméstico que dormita junto al hogar hasta que ella tenga ganas de dar un paseo por el campo», dijo Aldarion. Erendis amaba la vida en el campo y se retiró con su hija Ancalimë a los pastizales de ovejas en Emerië. Allí vivió en una casa blanca, donde sólo la rodeaban mujeres y nadie osaba alzar la voz.

Cuando Aldarion regresó de su viaje, varios años más tarde de lo prometido, Erendis lo recibió muy fríamente e hizo dormir al Marinero en la habitación de los invitados. Esperaba que su marido le pidiera perdón, pero Aldarion se sintió tratado injustamente y acabó la relación con su mujer para siempre. Se cuenta que, durante una de sus raras visitas a Rómenna en el año 985, Erendis murió en el mar aunque nadie sabe cómo.

A su hija, que más tarde fue la Reina Ancalimë, le transmitió su desprecio por los hombres de Númenor. Se quejaba de la falta de atención masculina por las cosas de la naturaleza: «Todo ha sído hecho para servirlos: las montañas para minas, los árboles para maderas, las mujeres para las necesidades corporales, y si son bellas, para adorno de la mesa o el hogar; y los niños para bromear con ellos cuando no hay otra cosa que hacer... Por tanto, no te doblegues, Ancalimë. ¡Echa raíces en la roca y da cara al viento aunque todas tus hojas vuelen!»

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