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La muerte de Smaug
—¡Flecha! —dijo el arquero—. ¡Flecha negra! Te he reservado hasta el final. Nunca me fallaste y siempre te recobré. Te recibí de mi padre y él de otros hace tiempo. Si alguna vez saliste de la fragua del verdadero Rey bajo la Montaña, ¡ve y vuela bien ahora!
El dragón descendió de nuevo, más bajo que nunca, y cuando volvió y se precipitaba sobre Bardo, el vientre blanco resplandeció, con fuegos chispeantes de gemas a la luz de la luna. Pero no en un punto. El gran arco chasqueó. La flecha negra voló directa desde la cuerda, directa al hueco del pecho izquierdo, donde nacía la pata delantera extendida ahora. En ese hueco se hundió la flecha, y allí desapareció, punta, ástil y pluma, tan fiero había sido el tiro.